En la consulta del médico
Cuando el bebé se enferma, sufrimos casi como si nosotros lo estuviéramos. ¡Es todo una prueba física y mental! Prueba física, porque puedes pasar noches en vela cuidándolo, y una prueba psicológica, por el estrés que conlleva la situación. Por eso, la relación con el pediatra que atiende a tu bebé es clave.
Las dolencias de los pequeños
Carlitos, de 6 meses, tiene una fiebre de 39 ºC desde hace 1 día. Es la primera vez que le sucede una fiebre inexplicable. Se despertó varias veces durante la noche anterior y perdió el apetito. Elisa, su mamita, está muy angustiada. Para colmo, como tiene un trabajo urgente pendiente en la oficina, tuvo que buscar una niñera a última hora. Esta situación más común de o que te imaginas. Pero los malestares de nuestros bebés siempre causan una gran preocupación. ¿A quién llamo y qué puedo hacer? ¿Llevo a mi bebé al médico generalista o espero a mañana para sacar una cita con el pediatra?
Ahora nos parece lo más normal que sea el pediatra el encargado de velar por de la salud de nuestros hijos. Sin embargo, durante mucho tiempo, el médico de los adultos era quien atendía a los más pequeños. La pediatría es una especialidad bastante reciente cuyos orígenes se remontan al siglo pasado.
Pediatra y padres: un equipo
La relación que los padres tienen con el pediatra es importantísima. Las visitas no solo se dan cuando tu bebé sufre alguna complicación, sino que la mayoría de las veces consultamos al pediatra para asegurarnos del buen desarrollo físico y psíquico de nuestro hijo. El chequeo de la curva de talla, la evolución del peso, y el desarrollo psicomotriz es rutinario. Como padres, esperamos que el pediatra comparta el mismo entusiasmo por los progresos de nuestro bebé.
Usualmente, el primer encuentro con el pediatra sucede previo a la salida de la maternidad. Algunas veces, las madres prefieren escoger al pediatra recomendado por sus amigas, que elogian su forma especial de tratar a los bebés. Buscamos que se atento y le hable para explicarle que le está haciendo. Gracias a estas atenciones, tu bebé se calmará y recompensará a "su" médico con unas sonrisas que confirmarán que acertaste con la elección.
La mamá habla por el bebé
Durante los primeros años de vida de los bebés, cuando están enfermos, los padres son sus intérpretes o portavoces. Podemos escuchar mamás que dicen "nos duele la barriga, no comemos bien, etc”. Los papás describen los síntomas del bebé que perciben como tales. En realidad, la mayoría de las consultas están dedicadas a realizar exámenes de control y a proporcionar consejos. Puede que una mamá que solicita una valoración por los ""terribles cólicos"" o los reflujos de su bebé sólo necesite que la apoyen y calmen. Y es que aprendemos a ser padres en el camino.
Una encuesta reciente, explica que una de cada cinco madres se siente desamparada. Es por lo tanto natural que las mamitas depositen tantas expectativas en los pediatras y en sus consejos. Conforme se desarrollen las visitas, se instaura una relación de confianza con el pediatra.
También hay casos en los que se sigue recurriendo al médico de familia, tanto para los pequeños como para los grandes. Sin embargo, lo recomendable es que el seguimiento de tu bebé lo realice un pediatra, un médico especialista que conoce bien sobre la salud de los más pequeños de la casa.
Los malestares que acechan
Un día a la semana en la guardería puede bastar para que tu niño se contagie de los virus más comunes como rinofaringitis, gastroenteritis, bronquiolitis, etc. Ya te habrás percatado de que no todos los niños reaccionan igual frente a los virus. A veces te preguntas: "¿cómo puede ser que el bebé de mi vecina se libre de estas afecciones y el mío no?". No es fácil responder a esta inquietud: las defensas inmunitarias de los niños son un misterio, incluso para los médicos.
A los virus se suman las enfermedades infantiles que son previsibles, y que siempre angustian a las madres. Cuando tu niño tiene varicela, tienes que impedirle que se rasque, la guardería no lo acepta y tu cuñada sospecha de tu bebé de habérsela pegado a sus hijos. ¡Es agotador cuidarlos, pero son enfermedades previsibles en la infancia!
Además, también están los pequeños accidentes, cuando de repente, en mitad de un fin de semana perfecto, tu bebé se da un golpe tremendo contra la esquina de la mesa, sangra mucho y lo tienes que llevar corriendo a Emergencias. Resumen del fin de semana: tres puntos de sutura en la cabeza y un peluche para que Carlitos olvide su infortunio. ¡Son cosas que pasan! Por eso, previene posibles accidentes incluso en casa.
Hay momentos en que tu bebé esté en plena forma, tenga un apetito imparable y no pare de reírse, pero igual debes visitar e pediatra para iniciar sus vacunaciones. ¡Sentirás cada inyección como si te la estuvieran haciendo a ti! Aunque sabes que es por su bien, es una auténtica odisea. Por la noche, dormirás con un ojo abierto por temor a una reacción a la vacuna, pero lo más normal es que no tenga ninguna.
Luego esas pequeñas miserias se olvidarán y lo que recordarás serán los momentos de ternura y de mimos. Por último, no olvides que tu bebé, que ayer estaba decaído por culpa de una fuerte fiebre, hoy se puede despertar fresco como una rosa y con una energía desbordante. Los pequeños tienen esa capacidad de recuperación increíble. ¡Ojalá la tuviéramos todos!
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